Marie Fredriksson
El día de ayer, en las redes sociales y los portales de noticia se cimbro por la lamentable noticia sobre deceso de la cantante Marie Fredriksson del grupo de Roxxete. Al enterarme de la nota periodística, la reacción por los internautas fue un lamento general de un perdida de una verdadera rock start.
Ante esa sensación de dolor, la mayoría de los fans compartieron anécdotas de las canciones de Roxxete en la rutina de una vida diaria desde dirigirse a su centro de estudios, el incentivarse para hacer ejercicio en el gimnasio, también el hecho de un recuerdo amoroso de los tiempos de juventud, al estilo de aquella película del cine mexicano de Señor Don Simón.
Para el gusto de los que vivieron esa época o la vivimos, fuimos la ola del Pericles Enamorado, en donde el rock pop, se posiciono en su etapa más romántica, por ahí los comentarios sobre este lamentable hecho de la cantante Marie Fredriksson, que en cada canción era una pieza de lucha, por los motivos que ustedes saben, difíciles pero con valentía enfrento.
Por esta razón, me permito compartir el siguiente articulo, a mi pensar encierra la esencia de Marie Fredriksson, escrita por el especialista en rock Claudio Vergara
Descanse en Paz.
Por Claudio Vergara
Por eso algunos declaran que la muerte de Marie Fredriksson fractura un trozo de su pasado. Es la generación que vio en ellos una sacudida de energía y destello en días de colegio, casetes, tardes enteras al lado de la radio o esperando tu clip favorito un lejano sábado al mediodía.
Basta un ejercicio que tarda apenas un par de segundos. Si en Google buscas “discos de 1991”, la web te bombardea de inmediato con los álbumes mayúsculos de Nirvana, Red Hot Chili Peppers, R.E.M, Pearl Jam, Metallica, U2, Guns N’ Roses, Soundgarden y Los Tres.
Pero omite un detalle: 1991 también fue el año de Joyride, de Roxette. De hecho, vendió mucho más y algunas de sus canciones fueron bastante más populares que varios de esos discos publicados en esa misma temporada.
Pero el dúo sueco -que escribió su punto final con la muerte de su cantante Marie Fredriksson- siempre funcionó en un universo distinto. Eran artesanos de un pop luminoso, burbujeante, melódico, arrebatador, en clara contraposición al refugio más flagelante y gruñón que abrieron Kurt Cobain o Eddie Vedder. Hacían pop de finísimas y efectivas terminaciones –un estribillo que te sacudía en los primeros segundos, una canción que agrupaba todo en apenas tres minutos- en un momento en que ese concepto (pop) era casi una ofensa. Pocas veces una palabra tan breve sonó tan maldita.
Si te gustaba Roxette, te gustaba un producto azucarado y chicloso pensando para las grandes masas, un caramelo para masticar y no para reflexionar, un confite montado para las radios oficiales de la época –la Concierto y la Carolina- y cuyo nombre se repetía cada semana en Extra Jóvenes y Sábado Taquilla. Eran los tipos que triunfaban y estaban felices de lograrlo, a diferencia de los desgreñados de Seattle que, según recalcaban, tenían alergia contra el sistema.
Alto: Roxette también simbolizaba un atrevimiento. Poseían una cantante que explotaba cierto look andrógino y estilizado, lejos del exhibicionismo sexual, más épico que erótico, muy protagónico y que relegaba a un segundo plano a su compañero de banda, en días donde los estereotipos que se replicaban en los videoclips estaban mucho más cerca de Sabrina cantando Boys boys boys desde una piscina.
También habían logrado infiltrarse en un escenario creativo donde todo parecía tan áspero, tan grunge y alternativo. ¿Cómo lo lograron, siendo que lucían, se vestían y se peinaban como figuras aún de los 80?
Fácil, bajo el truco de las buenas bandas pop de esos años: empuñando guitarras y cubriendo con cierta cáscara rockera su fórmula infalible de coros y armonías adhesivas, tal como antes lo habían hecho otros, como The Cars o The B-52’s. Además de las tremendas canciones, eso también les permitió marcar distancia de otros golpes fugaces de fines de los 80, como Tiffany o Bananarama.
De hecho, estaban lejos de ser un mero chispazo de temporada, un producto aferrado a un solo hit: mirar algunos de sus discos es casi observar un compilado de grandes éxitos que no da tregua. Mientras en Look Sharp! (1988) aparecen The Look, Dressed for success, Chances, Dangerous y Listen to your heart, en Joyride (1991) desfilan la canción del mismo nombre, Spending my time, The Big L., Soul deep, Fading like a flower (every time you leave) y Church of your heart. Una locura.
Todos éxitos popularizados desde el dial FM y los programas de videos, parte además de discos que acumulaban millones de copias en ventas.
Por eso Roxette representa a una época en la historia de la música –y quizás de la vida cotidiana- que se ha ido desvaneciendo y que marcha hacia la extinción. Por eso hoy algunas personas han declarado sin exageración que la muerte de Marie Fredriksson fractura un trozo de su pasado. Es la generación que vio en ellos una sacudida de energía y destello en días de colegio, casetes, tardes enteras al lado de la radio o esperando tu videoclip favorito un lejano sábado al mediodía.
Tomando de la dirección
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